Mientras su amatxu le arropaba, ya comenzaba a sentir de abajo a arriba, subiendo por sus piernas, ese cosquilleo que auguraba lo que le esperaba en la noche.
Agarraba con las manitas su manta y cerraba los ojos sonriendo y apretando la mandíbula, como esperando que un balde de agua fría le cayese encima, hasta que podías ver como su gesto se relajaba y su agitada respiración se volvía pausada.
Me levantaba con sus carcajadas un par de veces todas las noches, yo le arropaba y volvía a mi cama.
Por las mañanas, en cambio, siempre la misma cara de tristeza cuando iba a recojerle de la cama para incorporarle en su sillita. Y amatxu le decía:
-No te preocupes cariño, ésta noche volverás a correr y a saltar.-