Caminaba elegantemente hacia el tejado para echarse sobre las frescas tejas y ronronearle un rato a la luna. Sus ojos, amarillos cual pantera y su pelaje color tizón, hacían que el felino resaltase sobre el resto de su especie.
El dia, le gustaba lo mismo que el agua y que los niños. Sí, era una ironía. ¿A qué gato le gustan el agua y los niños? Si esto fuese así, seguro que también sería verde.
Una noche que la luna menguaba, dejé la ventana abierta. Me despisté y el gato, que salió al tejado, pensó que su forma, sería consecuencia de los zarpazos que jugueteando con ella le propinó la última vez. Zarpazos en el aire que hacían que la luna no brillase igual que siempre, pensó.
*En la foto, Roma.