Volar con el pie atado a un cordel no es volar.
Es igual que saltar sin
soltar del cemento el zapato, como pulir diamantes con
terciopelo e intención.
Es algo como gritar sin
voz.
Volar de tu mano no es
volar.
Es comprar el billete del
tren al que no quiero subir, para ver tu sonrisa.
O compartir mi camino
contigo y llevarte volando por consecuencia,
en ambos casos, con el pie atado a un cordel.